“Y lo único que pensaba últimamente era en dejar cicatrices
en su cuerpo. En hundir la navaja en su piel. En intentar evadirse de todo a
través de su propio dolor. Era eso lo único que la hacía sentirse libre,
sentirse bien. Cada corte la transportaba a otra vida mejor, le hacía ver menos
problemas. Cuanto más profundo, más rozaba la muerte, más olvidaba todo.
Hasta un día, que se dejó llevar por todos sus problemas,
por todo su pasado, por todo ese cúmulo de problemas que la estaban matando.
Ese día, Ruth cogió su navaja y sin pensarlo dos veces, la agarró más fuerte
que nunca y dejó que penetrase en su piel. La sangre comenzó a correr por su
brazo. Era demasiado. Ruth se diera cuenta
de que nunca antes había logrado hacer un corte tan perfecto, tan profundo, tan…mortal.
Sin darse cuenta, ella misma había llamado a la muerte, sin darse cuenta, esa
sangre era la última que le quedaba por ver. Sin darse cuenta, llegó a su
final. Pero de esa forma, sus problemas se terminaron. Su vida. Todo. Ya no
tendría que preocuparse más por nada, ya no tendría que tener miedo a fallar
nunca, ya no tendría que dar explicaciones por cada cicatriz. Ya se acababa.
Ella disfrutaba de sus últimos minutos de vida. La sangre
comenzaba a cesar, sintió un mareo, y entonces se cayó al suelo. Alguien abrió
la puerta, alguien entró en su habitación. Alguien llegó y la vio, intentó
reanimarla, pero era demasiado tarde, había perdido demasiada sangre. Ya no
quedaba nada. Ruth había preferido arriesgar su vida con sus cortes, pensando
que siempre lograría escapar de la muerte, hasta ese día.”
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