“Ella lo quería, demasiado. Tanto que jugó con su propia
vida.
Cada vez que ocultaba todos sus sentimientos, algo se
apagaba en ella, pero ella no se daba cuenta de eso. Día tras día, su amor por
él aumentaba, aunque a veces, no estaba segura de nada. Se acostaba, veía al
techo y soñaba con ser perfecta y estar así al lado de quien tanto quería.
Cerraba los ojos y se daba cuenta de que eso nunca pasaría, ella realmente no
quería ser perfecta, no quería cambiar por nadie, eso lo tenía claro.
A medida que pasaban los días, no sabía cómo hacer las
cosas, no sabía si todo iba a salir bien, o si simplemente estaba metida en
otro simple juego del amor que terminaría cuando menos se lo esperaba. Cada noche se paraba a pensar, dándole mil
vueltas a sus pensamientos, desde los más positivos a los más negativos, hasta
un día que no lograba ver nada positivo. A partir de ese día, se empezó a
sentir diferente, como si no pudiera conseguir lo que quiere, como si no fuese
a llegar muy lejos, como si notase que él solo estaba jugando con ella y cuando
menos se lo esperase la dejaría ahí, tirada, de la noche a la mañana, haciendo
como que nunca nada había pasado. A partir de ese día, su mirada no era la
misma. Amanda había perdido ese brillo especial que tenía en su mirada, se le
había apagado. Amanda no sonreía de verdad, simplemente fingía, como si nada le
importase, como si todo le diese igual. Pero cada noche, ella cerraba los ojos
y lo veía a él, entonces lloraba. De tanto llorar, una noche se ahogó entre sus
lágrimas, le faltó el aire, le faltó la fuerza. Le faltó la vida. Y dejó de
respirar, dejó de luchar. Dejó de vivir. Amanda murió por amor, por un amor escondido.”
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