Mis historias

30 noviembre, 2015

Se me congeló hasta el alma.

Agitada, sobresaltada, asustada, anonadada.
Estaba tumbada en cama, y sin más noté un suspiro en mi cuello, y una mano rozándo mi cadera.

No podía dar crédito de ello.
¿Qué estaba pasando?
Si estaba sola. Había cerrado puertas, ventanas y todo. Me había encerrado en la habitación y me había echado en cama. Tapada con una manta de la persona más especial, una manta de mi abuelo, que a día de hoy brilla en el cielo.

Mi respiración iba a mil por hora. No entendía lo que estaba pasando.
No era capaz de moverme. El corazón me latía tan deprisa, que incluso por momentos no lograba respirar. Que contradictorio.

Miedo.
Soledad.
Lágrimas.

Vi como una sombra se acercaba a mí.
Quería encender la luz, pero estaba petrificada, no podía realizar un solo movimiento.

Noté frío. Mucho. Se me congelaron las manos.
De nuevo. Un suspiro al lado de mi oreja.

`Es la hora, vengo a por tu alma.´

Quería llorar muy fuerte. Gritar.
O despertar y ver que solo era una pesadilla.

Era terrible.

Lo que sentí aquel día no podré expresarlo con palabras, nunca.

Aquella noche, se me congeló hasta el alma.
Y no volví a vivir en paz.
Había perdido algo.
Me había perdido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario