"Me tiré en cama, cansada. Cansada de fingir sonrisas falsas.
Cansada de fingir que no sabía nada, cansada de ser la tonta y disimular que
todo me daba igual. Me tiré con ganas de llorar, con ganas de desaparecer y así
ya no tener que pensar más. Y así ya no tener que molestarme en querer ver
feliz a nadie.
Allí estaba, con la mirada perdida, con las lágrimas comenzando a bajar por mis mejillas. Con un mar de pensamientos que no me dejaban en paz, que solo me gritaban lo patética que era y lo mucho que jugaban conmigo. Miles de pensamientos que me decían una y otra vez que a mí nadie me escogería para compartir una vida a su lado, gritando que yo solo hacía las cosas mal y que no llegaría muy lejos. Esos jodidos pensamientos, que día tras día tenían más fuerza que yo, que cada día gritaban más. Tanto, que ese día los mande callar, a ellos y a mí. Ese día, de tan cansada que estaba de fingir que era feliz, las fuerzas se me terminaron y decidí dejar de luchar por algo que no iba a conseguir, porque los pensamientos tenían razón, había mejores chicas que yo para escoger, había mejores amigas que yo para hacer feliz a los demás, había más guapas, y más listas.
Cogí esa navaja del cajón, y me la clave en la muñeca, observando como la sangre fluía por todo el brazo, sin cesar. La visión disminuía, me mareaba. Y allí me quedaba sin vida, en mi cama, sola. No quise esperar por la muerte, que la llamé. Apenas me quedaban unos segundos de vida, cuando alguien abrió la puerta y gritó:
- Quiero pasar mi vida contigo, no con otra.
Pero ya era demasiado tarde, había perdido demasiado sangre, y esas palabras solo me aceleraron el corazón por una última vez y ahí me desmayé. Quedando muerta. Ya no iba a escuchar a mis pensamientos nunca, ya no iba a sentir nada nunca, ya no iba a tener que preocuparme por mi vida nunca."
Allí estaba, con la mirada perdida, con las lágrimas comenzando a bajar por mis mejillas. Con un mar de pensamientos que no me dejaban en paz, que solo me gritaban lo patética que era y lo mucho que jugaban conmigo. Miles de pensamientos que me decían una y otra vez que a mí nadie me escogería para compartir una vida a su lado, gritando que yo solo hacía las cosas mal y que no llegaría muy lejos. Esos jodidos pensamientos, que día tras día tenían más fuerza que yo, que cada día gritaban más. Tanto, que ese día los mande callar, a ellos y a mí. Ese día, de tan cansada que estaba de fingir que era feliz, las fuerzas se me terminaron y decidí dejar de luchar por algo que no iba a conseguir, porque los pensamientos tenían razón, había mejores chicas que yo para escoger, había mejores amigas que yo para hacer feliz a los demás, había más guapas, y más listas.
Cogí esa navaja del cajón, y me la clave en la muñeca, observando como la sangre fluía por todo el brazo, sin cesar. La visión disminuía, me mareaba. Y allí me quedaba sin vida, en mi cama, sola. No quise esperar por la muerte, que la llamé. Apenas me quedaban unos segundos de vida, cuando alguien abrió la puerta y gritó:
- Quiero pasar mi vida contigo, no con otra.
Pero ya era demasiado tarde, había perdido demasiado sangre, y esas palabras solo me aceleraron el corazón por una última vez y ahí me desmayé. Quedando muerta. Ya no iba a escuchar a mis pensamientos nunca, ya no iba a sentir nada nunca, ya no iba a tener que preocuparme por mi vida nunca."
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