"Ya no sabía quién era, ya no sabía qué estaba sintiendo. Le
veía y su mirada me hacía enloquecer, pero no podía. Era algo prohibido, era
para ella, no para mí. Debía apartarme, debía dejar de sentir.
Pero no era capaz
de parar mis sentimientos. Cada vez que le veía a sus ojos, los míos brillaban
como nunca, y me sentía más viva.
Hasta que decidí
ser fuerte, y apartarme, luchar en contra de mí corazón. Sí, tenía que hacerlo,
dejar que ella lograse ser feliz, era lo que realmente me interesaba.
Me aparté, dejé de
salir, de ver la luz. De ver su mirada, de hablar.
Me fui, sin dejar
rastro, sin decir nada. Me fui sin avisar.
Desaparecí de
allí. Mi vida no podría seguir adelante estando como estaba.
Pasaron los días,
me iba debilitando, me buscaban, pero yo no daba señales. Quería que todos me
olvidasen, y por eso, entre lloros y recuerdos, mi cama fue el único testigo de
mis actos.
Mis últimos
suspiros, mis últimas lágrimas. Mis últimos latidos. Y mi último mensaje con un
''te quiero'' y un ''adiós''.
Yo no necesitaba
nada, yo lo único que necesitaba era ver feliz a los demás. Y si para ello
tenía que dejar de existir, lo haría. Y así fue.
Esa tarde la
sangre dejó de correr por mis venas para mancharme la piel. Esa tarde los
latidos de mi corazón tenían que cesar, y así fue. Esa tarde el aire no tenía
que llegar a mis pulmones, y así pasó.
Poco a poco, me
consumí, allí, tirada, sola. Sin miedo a la muerte. Sin miedo al dolor.
Esa misma tarde
fue mi madre la que les abrió la puerta, pero ya era tarde. Yo ya no era
persona.
No sé cómo, supe
que él me abrazó más fuerte que nunca y como sus lágrimas llegaban a mi rostro.
Pude saber que ella gritó al ver que ya no podría contar conmigo. Pude notar cómo
me echarían de menos... Pero era lo mejor. O eso creía."
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